Juan José Díaz

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Y tú, ¿Le tienes miedo al éxito?

Desde mi infancia, mi padre solía repetirme cada vez que podía: "Estudia lo que desees, sé lo que decidas ser". Y con ese permiso, me lancé a estudiar cualquier cosa que se cruzara en mi camino.

Sin embargo, en general, crecemos bajo la mirada de una sociedad que parece diseñada para socavar nuestra autoconfianza y aumentar nuestros temores. Aprendemos a ser cautelosos y a mantenernos invisibles.

Convertirme en psicoterapeuta me llevó al estudio de la complejidad de la mente humana. Descubrí la grandeza y el inmenso potencial que poseemos para expandir nuestras capacidades. Sin embargo, y aquí viene el "pero" que desdibuja la primera frase, parece que nuestras creencias sociales y culturales nos limitan, ocultando la brillantez que podría emerger con todo su esplendor.

Nuestro miedo más grande radica en nuestra inmensa capacidad.

Nelson Mandela, durante su presidencia en Sudáfrica (1994-1999), citó las palabras de Marianne Williamson de su libro "Regreso al Amor":

“Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es que somos inmensamente poderosos. Es nuestra luz, y no la oscuridad, lo que más nos asusta. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres tú para no serlo?”.

A pesar de esto, día a día negamos nuestra grandeza, ocultando esas partes luminosas que habitan en cada uno de nosotros. Pareciera que cuanto más brillamos, más inseguros pueden sentirse quienes nos rodean. Es paradójico e incluso peligroso.

Si examinamos cuidadosamente nuestras creencias religiosas, descubriremos que se nos considera pecadores desde el momento de nacer, especialmente a las mujeres. Se nos atribuye algo malo incluso sin tener la capacidad de actuar por nosotros mismos: el famoso "pecado original".

Esta creencia arraigada en nuestra cultura nos ha castigado con el eterno mantra de "Mea culpa, mea maxima culpa", como si nuestra existencia se centrara únicamente en buscar el perdón en lugar de asumir que nacimos para manifestar nuestro potencial. Solo cuando irradiamos nuestra luz permitimos que otros hagan lo mismo. Parece sencillo, ¿verdad?

No obstante (aquí viene otro "pero"), nos encontramos con las condiciones humanas ocultas: tenemos miedo a brillar. Dentro de ese temor, se esconden otros aún más profundos:

Miedo a provocar envidia

Más allá de inspirar y provocar admiración por nuestros éxitos, más allá de transmitir alegría por salir del corral de los mediocres, estamos expuestos a despertar envidia. Anhelamos ser admirados y reconocidos, pero este deseo, en algún momento, se convierte en miedo. Tememos que otros nos critiquen, nos rechacen y se alejen simplemente porque brillamos.

Como se relata en la parábola de la luciérnaga y el sapo: "En el silencio de la noche oscura, sale de la espesura la luciérnaga modesta, y su templado brillo resplandece en la oscuridad. Un sapo vil, al que la luz enoja, lanza un traidor ataque y desde su boca inmunda, arroja saliva mortal sobre la luciérnaga. Moribunda, la luciérnaga pregunta: '¿Qué te hice para que atentaras contra mi inocente vida?' Y el monstruo responde: 'Bicho imprudente, las distinciones siempre tienen un precio: yo no te hubiera escupido si tú no brillaras'."

Miedo a superar a nuestros progenitores

Cuando seguimos los pasos de nuestros padres o de nuestro linaje familiar, nos sentimos seguros. Es lo que "debe" ser. Cuanto más nos acercamos a seguir ese modelo, más evitamos la decepción familiar. Nos aliarnos a ellos, imitándolos y, por supuesto, limitándonos.

Pero ¿qué sucede cuando nos atrevemos a romper ese paradigma? ¿Qué pasa cuando nos aventuramos a ser diferentes y a superar ese referente? Nos encontramos totalmente desamparados, huérfanos de modelos preestablecidos, adentrándonos en un mundo desconocido. Y esto nos asusta más de lo que creemos.

Miedo a estar solos

Al dejar la zona de confort, nos aventuramos en nuevos y reveladores espacios. Solo así podemos iniciar un proceso de evolución y transformación. Es allí donde podemos mostrar todo nuestro potencial creativo. Sin embargo (sí, otro "pero"), ¡cuidado! estás a punto de separarte de los demás. Estás solo. Serás incomprendido por haber cruzado el umbral hacia rumbos desconocidos.

Al adentrarnos en este territorio, adoptamos nuevos pensamientos y experiencias. Y si ya estás allí, te conviertes automáticamente en un revolucionario que desafía estándares y paradigmas. ¿Con quién compartirás esta nueva manera de estar en el mundo? Estás solo hasta que encuentres a otra tribu.

Miedo a perder nuestra identidad ante los demás

Hemos crecido con creencias impuestas por nuestros padres, familia y profesores. Y, en la mayoría de los casos, las creencias más fuertes son las negativas, aquellas que nos desvalorizan: "hay alguien mejor que yo", "no estoy destinado al éxito, soy un fracasado", "no soy bueno en esto o aquello", etc.

Para liberarnos de estas creencias personales, necesitamos desaprender, resetearnos. Pero (otro "pero" más), nos llena de pánico perder lo que creemos ser, nuestra identidad. Dejar ir lo que hemos sido durante tanto tiempo es como perder nuestra identidad. Nos hemos construido sobre una base conocida y necesitamos reafirmarnos constantemente con lo que nos identificamos. Es una zona segura.

Incapaces de darnos cuenta de que somos mucho más de lo que creemos ser o nos han dicho que somos, seguimos patrones de pensamiento inconsciente que nos limitan y restringen, como "necesitamos a los demás, no puedes estar solo", "no muestres ser autosuficiente, no seas egoísta". Decidimos ser uno más del montón y perdernos en el anonimato.

“Jugar a ser pequeño no beneficia al mundo”. Al soltar nuestros miedos, nuestra presencia automáticamente libera a los demás. Nacimos para cosas grandes y manifestar nuestra grandeza interna implica dejar brillar nuestra propia luz y compartirla con los demás, quienes seguramente querrán imitarnos haciendo lo mismo. No seamos como el sapo, incapaz de soportar la brillantez de la luciérnaga y prefiriendo eliminarla antes que seguir su luz.

Asegurémonos de que ese brillo ilumine nuevos caminos. No vaya a ser que el resplandor fulmine y ciegue nuestras oportunidades.

Te agradezco cualquier comentario acerca de esta columna y si crees necesitar acompañamiento psicológico profesional con respecto a este tema o conoces a alguien que lo necesite, envíame un Whatsapp.

Yo, como siempre te mando un abrazo.